Nos despertamos cerca de las 4 a.m. para salir
para el aeropuerto. Había llovido toda la madrugada y estaba muy oscuro todavía.
Conchi nos llevó y al llegar al aeropuerto no sabíamos a que terminal debíamos
ir ya que no teníamos esa información. Recorrimos la más normal de las
terminales que supuestamente la gran mayoría de los vuelos salen de esa, y las
pantallas no indicaban nada. Era evidente que esa no era, así que volvimos a
subir al auto y fuimos hasta la otra. Bajamos corriendo a buscar las pantallas
y tampoco, no aparecía nada. Ya entramos a dudar si teníamos bien el pasaje o
si no le habíamos errado de fecha. Volvimos corriendo al auto, y solo nos
quedaba una terminal, que no se usa mucho y que quedaba más alejada. Llegamos
lo más rápido posible y muy nerviosos, buscamos la primer pantalla y por fin
aparecía el vuelo nuestro. Problema resuelto, despedimos a Conchi y entramos a
hacer los trámites para subir al avión. Ya en la sala de espera pudimos ver
salir el sol atrás de los aviones, con un color naranja entre las nubes.
El
vuelo fue normal y en un rato estábamos en suelo londinense. Era increíble
estar llegando a Londres, un lugar tan emblemático y con tanta historia de Europa. Llegamos y como no podía ser de otra manera, Londres nos recibió con
lluvia. Estaba fresco, más bien tirando a frío y no teníamos mucho abrigo. Nos
pusimos el único abrigo que teníamos y salimos a buscar la oficina donde íbamos
a comprar la Oyster Card, para poder viajar en trenes, metros y buses. Luego
salimos a la puerta a esperar el bus que nos llevara hacia el centro, ya que
habíamos llegado a Gatwick, un aeropuerto menor en las afueras y al noreste de
Londres. Llegamos y comimos algo en la estación de tren, que era inmensa y
había mucha gente caminando para todos lados. Ya se podía ver que estaba todo
muy ordenado y limpio, bien británico. Después de entender un poco los
carteles, salimos rumbo a las escaleras que nos llevaron al metro. Debíamos ir
al otro aeropuerto, Heathrow, donde llegaba Sandra, que nos iba a acompañar de
ahora en adelante. La terminal del metro era mismo debajo del aeropuerto, así
que fue bien fácil llegar. Esperámos un largo rato y por fin apareció Sandra
caminando entre la gente. Había llegado sana y salva, y ya estábamos los tres
juntos. Debíamos volver hacia el centro para ir a nuestro hostel. Todo venía
bárbaro, después de algunas combinaciones de metro, estábamos llegando al
barrio. Es muy fácil andar en metro en Londres, está todo muy señalizado, son
rápidos, limpios y cómodos. Nos bajamos y arrancamos a buscar la dirección.
Llegamos a unos edificios y era esa la dirección. Habíamos alquilado un
apartamento por Airbnb que supuestamente estaba lindo. El barrio no nos gustó
mucho pero bueno, había que ver el apto. Llegamos a la puerta y tratamos de
entrar según las indicaciones del mail. Había que poner un código en una puerta
para que nos diera la llave y poder entrar. No había ningún lugar para poner un
código, y el edificio tenía más de una puerta. En la esquina empezaron a
aparecer unas caras medias raras que nos veían ir y venir. Volvimos hacia la
estación de metro a 4 cuadras para poder tener internet y comunicarnos con el
dueño. Nunca contesto nuestros mensajes, así que volvimos a probar suerte al
edificio. Esta vez alguien estaba entrando al edificio así que le pedí para
entrar. Llegue a la puerta del apto pero estaba cerrado. Salí, y por la ventana
de otro apto se asomó un muchacho, al cual con un inglés bastante básico le
intentamos explicar lo que nos pasaba. El tampoco hablaba muy bien el inglés,
entonces no entendíamos mucho. Resulto ser colombiano je así que ya en español
le contamos mejor, y le pedimos la clave del wifi para probar hablar con el
dueño nuevamente. A todo esto, arrancó a llover y se hacía de noche. No tuvimos
suerte y volvimos hacia la estación de metro. Estuvimos buscando otros hostels
u hoteles, pero eran todos carísimos y además íbamos a perder la plata de este
que habíamos contratado. Volví por última vez en un intento de ver si podía
entrar, y al llegar vi muchas caras raras en la puerta así que desistí de ese
lugar. Fuimos a un bar en la esquina a tranquilizarnos y a poder usar el
internet para seguir buscando otro hotel. Al final conseguimos uno, así que
salimos nuevamente a la estación de metro para ir al nuevo hotel. Después de
dos metros llegamos, muertos de cansados y deseando llegar de una vez por
todas. El nuevo hotel quedaba en una zona muy linda y estaba bien de bien. No
nos anduvo el internet ningún día, pero bueno, era mejor que no tener nada.
Compramos algo para comer y a descansar ya que había sido un día muy largo y
habíamos pasado mucho nervio. Yo me acosté y los nervios me jugaron una mala
pasada, y pase vomitando toda la noche. En fin, no fue una gran llegada a
Londres. Igualmente estábamos ahí, queríamos conocer esa hermosa ciudad, no nos
íbamos a rendir tan fácil.